La devoción a las Cinco Llagas de Nuestro Redentor Jesucristo, materializada en la imagen escultórica de un Crucificado, se encuentra presente en esta Cofradía desde sus orígenes. De hecho, en el capítulo 47 de la Regla de 1555, la única efigie que figura en el cortejo, cerrándolo, es la de un “crucifijo grande, que lo lleve un cofrade de los más altos”.
El salón de actos de la Casa Hermandad de la Trinidad se encuentra presidido por el más antiguo de los Crucificados conservados de esta corporación penitencial. Se trata de una escultura policromada en tamaño natural (mide 1,75 m.), de compleja historia material reflejada en la multiplicidad de sus materiales constitutivos: madera, pasta y telas encoladas. El núcleo más vetusto de la talla corresponde a su cabeza, de proporción inferior al resto de su anatomía, y que puede fecharse en la primera mitad del siglo XVII. Una substancial remodelación sufrió la fisonomía de esta efigie en 1746, al añadírsele “medio cuerpo nuebo”, lo que conllevó que hubiera de repolicromarse por completo.
Sabemos que, por entonces, el Cristo aún lucía una cabellera de pelo natural, como lo indica la adquisición de una peluca en 1749. El escultor Juan de Astorga, quien pocos años antes había ejecutado, a plena satisfacción de la Hermandad, la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, compareció ante el cabildo general celebrado el 14 de marzo de 1824, a fin de que “reconociese el estado del Crucifixo; y para que dijese si tenía composición, pues estaba bastante maltratado por su antigüedad, y no era cosa de exponerse a que en los movimientos que son indispensables y maniobras en el paso, entradas y salidas de la Yglesia, aconteciese algún accidente que causase perjuicios a los encargados y a la Hermandad”. El artista no dudó en afirmar que aunque el Cristo “tenía composición, era mucho mejor escoger otra efigie respecto a que la estructura no estaba buena y otras razones que como inteligente alegó”; pero los cofrades se opusieron a tales argumentos, acordando que la efigie debía componerse y repolicromarse – como aconsejaba el propio Astorga-, “pero que por ningún motivo se haga cambio con otro alguno, aunque sea de mejor estructura”.
La aludida restauración, cuyo comienzo se demoró por falta de fondos, se encomendó al escultor Cesario Ramos, quien cobró por su tarea un importe de 600 reales. De la trascendencia de dicha intervención da cuenta el hecho de que la imagen volviera a bendecirse el 30 de marzo de 1825. Más adelante, en vísperas de la Semana Santa de 1884, el escultor Manuel Gutiérrez Reyes procedió a la “restauración y mejoramiento” de este Crucificado de las Cinco Llagas, percibiendo el 7 de abril la suma de 900 reales, a cuenta de mayor cantidad. Es probable que, tal como indican las fuentes hemerográficas, resanara también otras imágenes de las que procesionaban con la Cofradía.
Una de las primeras providencias que se tomaron tras la reorganización de la Hermandad en abril de 1907 fue la restauración de sus imágenes por Ángel Rodríguez Magaña, incluyendo naturalmente la del Cristo, que dicho autor –nombrado Hermano honorario de la corporación- volvió a componer en 1918. La última actuación, en este sentido, se debió al escultor Carlos Bravo Nogales en 1950, quien lo restauró y volvió a policromar, dotándolo de la encarnadura que conserva hasta hoy.
La endeble calidad artística de esta imagen y su preocupante estado de conservación justificaron que la Hermandad se planteara reemplazarla, como se puso de manifiesto en el cabildo general extraordinario convocado el 19 de febrero de 1978.
En un posterior cabildo extraordinario de oficiales, llevado a cabo el 23 de febrero de 1979, se presentaron sendos bocetos modelados por Luis Álvarez Duarte y Luis Ortega Bru, que a la postre fueron rechazados por una comisión artística nombrada por el Consejo de Cofradías. Finalmente, en el cabildo general celebrado el 18 de noviembre de 1979 se escogió uno de los dos modelos presentados por el escultor Manuel Hernández León. Cuatro días más tarde se firmó el pertinente contrato, donde se establecía que el encargo debía finalizarse antes de la Semana Santa de 1981, como así sucedió, pues la nueva efigie, en madera de cedro policromada, fue bendecida por el Cardenal José María Bueno Monreal el 4 de marzo. Pero lo cierto es que sus grandes proporciones (1,80 m.) no armonizaban con las del resto de las figuras del misterio, por lo que al año siguiente el mismo autor lo sustituyó por otro Crucificado, de factura prácticamente idéntica, pero realizado a una escala inferior (1,65 m.), que se bendijo el 26 de febrero de 1982. Presentaba unas singularidades iconográficas dignas de recordarse, como el hecho de presentar taladradas las muñecas, montar el pie izquierdo sobre el derecho, o la manera de reclinar la cabeza hacia la izquierda.
Pasadas dos décadas, y no terminándose de consolidar la devoción hacia la imagen de Hernández León, la Hermandad, en cabildo general extraordinario celebrado el 2 de diciembre de 2001, decidió encomendar la realización de un nuevo Crucificado al renombrado escultor Luis Álvarez Duarte, quien lo concluyó el 17 de febrero de 2002. Empleando la técnica de la talla directa, está íntegramente ejecutado en madera de cedro real (mide 1,77 m.), utilizando la caoba de Brasil para la cruz arbórea, cuyo titulus está redactado en griego, arameo y latín. La policromía del Señor se ajusta a unas tonalidades suaves, elaborada a base de veladuras de óleos y pátinas naturales. Su excelente tratamiento anatómico y la acertada composición del paño de pureza corroboran la madurez artística alcanzada por su autor. La cabeza carece de corona de espinas, acentuando la placidez y serenidad espiritual que logra transmitir su rostro, de hermosos y juveniles rasgos. El Cristo de las Cinco Llagas se bendijo el 28 de febrero del citado año por el Director Espiritual de la Cofradía, Rvdo. Sr. D. Antonio Jesús Rodríguez de Rojas, S.D.B., actuando como madrinas de la ceremonia las comunidades del Instituto de Hermanas Trinitarias y del Beaterio de la Santísima Trinidad de Sevilla.